Tradicionalmente el mercado se lo consideró como el sitio donde se promovía y vendía todo tipo de bienes y chucherías, no en grandes volúmenes sino al menudeo, en el que la labor del comerciante era convencer a sus potenciales clientes de comprar lo que se les ofrecía, en ese escenario lo bueno se acreditaba y ganaba clientes, lo malo se lo sancionaba con la pérdida de compradores, los mercaderes cuidaban ser leales con el cliente y procuraban no defraudarlo, buscaban ganar y hacer negocios pero se preocupaban de sus consumidores.
Aquel sistema de un mercado antiguo de abierta competencia, ha sido sustituido en el mundo actual por el auge de las megaempresas o por los meganegocios, con el agravante en la actualidad que los “grandes negocios” causan daños a la sociedad o grandes desequilibrios sociales y económicos, como el caso de la comercialización del petróleo bautizado por los intereses poco humanos en juego como “el estiércol del diablo”, igualmente las transacciones del procesamiento de droga que envenena a la humanidad ocupa un lugar preferente dentro de los negocios de mayores volúmenes en el mundo de nuestros tiempos, el tráfico y comercio de armas para alentar guerras sigue siendo un negocio altamente lucrativo, si a eso se adiciona el auge de la “industria” del terror y del secuestro y una liberalidad sexual que ha multiplicado los casos de enfermos de SIDA, aquel ambiente de un mercado que era convocante de los vecinos de ciudades o barrios, actualmente está distorsionado por la ambición por hacer dinero rápida y fácilmente lo que hace que prevalezcan los negocios con más olor a lo fúnebre que a la vida humana, contagiando ese desenfreno por enriquecerse el antiguamente honroso y respetable quehacer político, en terreno apropiado para que politiqueros mediocres, especializados en vender ilusiones, el que personas en las que el escrúpulo no tiene cabida con la lamentable permisividad de una de una sociedad que tolera el enriquecimiento no justificado al que se eleva a la categoría de actitud “exitosa”, en ese ambiente donde el dinero y la publicidad tienen la palabra, se ha viabilizado el que la actividad política en un país como Ecuador, donde lamentablemente no existe una educación ciudadana sólida, surja un mercado como sitio propicio para que quien más promueve o promociona “su producto” (candidaturas de buena o mala calidad) resulte también el que más chance o ventaja tiene de alcanzar éxitos electorales.
Cuáles son los medios que se utilizan para mantener un status quo que inmoviliza toda posibilidad de cambio en Ecuador, cambio que debe comenzar por un cambio de actitud, en que desaparezca la actual corriente de que “el más vivo”, “el más atrevido”, o en definitiva “el más ambicioso” tengan mayores posibilidades de seguir contando con un respaldo electoral, bloqueando de esa manera cualquier posibilidad de cambios en el país, sin duda aquella realidad provoca un interrogante: por qué no se da el cambio deseado? y fluye la respuesta, no se da por la legítima resistencia de personas honorables de no enlodar su nombre en campañas donde se promociona lo que se le ocurra a cualquier candidato con el suficiente atrevimiento, pero sin la debida formación ni pudor, a ello hay que sumar el bloqueo que las agrupaciones que controlan el poder político realizan para que ciudadanos probos no puedan acceder a funciones de toma de decisiones políticas en las que predomina el acomodo y componendas de “toma y daca”, para las que ciudadanos honestos no se prestan, factores adversos a los que hay que agregar la necesidad de contar con cuantiosos recursos económicos para realizar una campaña competitiva que posibilite persuadir al elector publicitariamente de votar por alguien que lo merezca, lo cual hace que el elector termine por aceptar votar por quien les ofrece redenciones que nunca las cumple, o por quienes sin ética ni responsabilidad les ofrecen algún tipo de obra o cargo, o simplemente les piden el favor de votar por él o por ella a cambio de entregas de pequeños obsequios o dádivas (gorras, camisetas, fundas de alimentos, de medicinas ó por último, el día de elección le pagan para que “pueda comer ese día”); todo aquello se engloba en lo que se llama “marketing político”, donde el elector que hasta meses mires de la elección se resistía a votar por ”los mismos de siempre” termina siendo inducido a votar por un rostro que lo ve en un afiche, en la TV, o lo conoce en alguna visita de promoción electoral o alternativamente vota por un número, por eso las campañas masivas de publicidad apuntan a sugerir vota por tal persona y/o “raya todo por un determinado número”; en otras palabras, se vota por nombres conocidos o desconocidos, o por números, y no por tesis ni propuestas, ni mucho menos por méritos o antecedentes del aspirante a una función, todo, lo cual resta representatividad y credibilidad a los detentadores del poder, pues en esa campaña el candidato a la función más elevada (ejemplo candidato presidencial) con respaldo económico y publicidad va arrastrando a la lista en la que se cuelan los “más vivos” y/o los que sabiéndose sin merecimientos para ocupar una dignidad por su propio nombre, se escudan en la promoción que realizan los dueños de los partidos políticos.
Como corolario de las reflexiones efectuadas se llega a la preocupante y entristecedora situación de que hay jóvenes e incluso ciudadanos que al observar el rápido enriquecimiento de dirigentes políticos consideran que esta es la actividad económica más atractiva par enriquecerse rápida y cuantiosamente, degradando en consecuencia el concepto de lo que significa la política como ciencia y como arte, como vocación de servicio público, para reducirla a la nada recomendable posición de un negocio desacreditado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario