lunes, 26 de octubre de 2009

Horacio: parte del patrimonio de Manabí


Horacio es un nombre histórico de un ilustre literato que vivió y estudió entre Roma y Atenas, conoció del más cimero esplendor de la cultura, supo lo que era el poder del imperio romano en sus inicios y supo también del poder del pensamiento luminoso de Atenas, en aquel profundo e irrepetible filosofar de los griegos. Pero al Horacio al que quiero referirme no ha heredado genéticamente el nombre de ese célebre poeta italiano, es nuestro, es manabita, su nombre lo hereda de su ilustre padre, Don Horacio Hidrovo Velásquez, el novelista símbolo de Manabí, que narró haciendo un apropiado uso de ficciones y realidades, con su palabra privilegiada, la renombrada novela “Un hombre y un río”, ahí relata con el mejor y más florido lenguaje el drama de las familias campesinas manabitas, de aquellas que nunca dejaron de defender su honor y su virilidad, no aceptan que nadie reduzca ni abuse de sus derechos, subjetiva u objetivamente considerados, la narrativa de Horacio Hidrovo Velásquez retrata a ese montubio manabita que con todo afecto cultivaba y amaba su parcela de tierra, que criaba sus animales domésticos y que no admitía a nadie tocar lo que había logrado con su trabajo y esfuerzo realizado de “sol a sol”, es decir que lo había obtenido laborando desde que aparecía el sol hasta que este se ocultaba y aparecía el oscurecer de la noche.

Pero no es a Don Horacio padre y su reconocida obra literaria al que quiero dedicarle unas cuantas frases, es a su mejor obra humana, su hijo Horacio Hidrovo Peñaherrera, el amigo sin tacha, el trovador de noches sin horarios, el bohemio que escanció largos tragos de “Cuba libre” su bebida favorita, a ese enamorado sin pausas de la belleza, de la sensibilidad y dulzura de las mujeres, el deportista de singulares atributos, el aficionado que hinchó con pasión sin límites por el equipo de Manabí, por su Liga de Portoviejo, ese trotamundo que ha paseado su talento literario en incontables foros nacionales e internacionales, donde su voz y su pensamiento fue escuchado con respeto y atención, aquel ser humano que nunca dejó de caminar por las calles de Portoviejo con la hidalguía de su idealismo sin dobleces, con la alegría de su espíritu siempre inquieto y renovado, con la decencia de su acrisolado humanismo, al que le fue siempre igual jugar tennis con los “aburguesados” del Tennis Club de Portoviejo y frecuentar con inalterable personalidad y talante mercados y barrios pobres de la ciudad, de ese Portoviejo que él la adoptó como su ciudad y que la ciudad le correspondió considerándolo como un hijo predilecto de la misma, sin que ello le haya impedido jamás dejar de sentirse orgulloso de su Santa Ana natal, de cuyo parque, de las torres y campanas de su iglesia principal, de sus calles polvorientas, de sus campiñas verdes y hospitalarias, nunca borró de sus mejores recuerdos, fue ahí donde aprendió a sentir lo hermoso de la solidaridad y hospitalidad humana, por eso jamás dejó de llevarla en el más afectuoso lugar de su memoria, por eso Horacio conjuga en su forma de vida un campesino de las más acentuadas costumbres montubias y al ciudadano capitalino, al que las etiquetas y los convencionalismos no lo pudieron atrapar, su sencillez y su calidad humana lo delatan como hombre de superior valía ciudadana, por eso paseó sus virtualidades sin reverencias y con un claro sentido de lo que significa realmente vivir, por eso no se siente deudor de nada ni de nadie, su personalidad no le permite columpiarse entre acomodos y falsas posturas, es simplemente el gran poeta y una insignia cultural de Manabí.

Horacio con su palabra elocuente, con su alma encendida para describir atributos como solo él puede hacerlo, se convirtió sin buscarlo, en el proclamador vitalicio e irremplazable de las Reinas provinciales y la de todos los cantones manabitas, a todas les regalaba frases poéticas que las emocionaba y las hacía sentir como Horacio quería, únicas y bellas. Ese escritor sin descanso dueño de una cuantiosa y multiplicada producción bibliográfica, ese Horacio que creó el espacio cultural de la “Flor de Septiembre” en su querido Colegio Olmedo, del que siempre fue un emblemático profesor, ese poeta que creó la más profusa actividad cultural en Manta, desde la dirección del Departamento de Cultura de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí, ese empedernido narrador romántico de vivencias y anhelos, que nunca abandonó su apasionada e innata vocación por el arte y la cultura en su actitud siempre izquierda y repleta de ilusiones, quiso convertir su hogar familiar en la posada y sitio de reuniones para que los amigos de lo cultural y artístico tuvieran un lugar de encuentro, por ello crea la “Casa de Horacio”, ese poeta, novelista, ensayista, al que Portoviejo y Manabí le guardan lo más altos y deferentes aprecios, llega al atardecer de su existencia, para que en acto de la más severa justicia, el Ecuador como país, a través del Gobierno del Presidente Eco. Rafael Correa Delgado, lo corone con el premio Eugenio Espejo y reconozca su extraordinaria obra en el campo cultural, su siembre es incuantificable y sin medidas, no quedan dudas para los que saben valorar lo que realmente tiene trascendencia, el más grande activista cultural del Ecuador, es un manabita brillante, Horacio Hidrovo Peñaherrera, el ser humano de incontables amigos y amigas, el ciudadano de nítido proceder, el escritor literato de talento privilegiado y de un exquisito uso de la palabra, me obligan a sostener sin sutilezas ni ambages, que la posteridad histórica lo colocará a la hora de hacer un balance de su vida, como un patrimonio eterno de Manabí, como un referente de la cultura no sólo manabita, sino nacional y latinoamericana, Horacio es único, nunca dejó de vestir el traje de su espontaneidad, de un ser humano de elevada calidez, sin poses, no conoció en el trajinar de su vida ni la arrogancia ni la petulancia, se dedicó a entregar al país una frondosa obra literaria, es un escritor de oficio y creativo, qué más podía ser con su trayectoria de hombre con una estatura humana que rebasa lo normal, convertirse en lo que se ha convertido, en un hijo predilecto del Manabí profundo, en ejemplo de quienes buscan transitar y recorrer los caminos de los cultores de la inteligencia y del espíritu.

Los enigmas de la naturaleza, cuando la serenidad de sus neuronas lo invita a disfrutar de la vida apacible, de la tranquilidad de la tertulia sosegada y sin apuros, disfruta respirando el aire puro de la campiña, se solaza con la deliciosa comida de la región, con el sabor inimitable del café manabita con panes de yuca, con tortillas de maíz, con torta de choclo, con las bolas de plátano con chicharrón o preparadas con el rico queso manabita, con los corviches y empanadas, por eso se deleitó siempre cuando atendió a sus amigos poetas y literatos en su oficina en Manta o en su casa de campo de Sasay, a la cual él quiere convertir en un Museo del Manabí de ancestros profundos, es un soñador al que las diques de las dificultades no lo estorban en sus afanes de edificar proyectos que lo hagan vivir soñando como él lo desea.

La espontaneidad sin represas mentales que caracterizan a Horacio, le permitió siempre y le fue fácil tratar a quienes estima como hermana o hermano, ese es su saludo predilecto, afectuoso y fraterno, por ello genera confianza en sus amigos y amigas, eso lo tradujo frecuentemente en un abrazo cariñoso, por eso multiplicó y cultivó innumerables contertulios para hablar de sus anhelos espirituales, de su pensamiento literario, de su amor por las cosas buenas de la vida, de sus afanes sin fronteras porque la paz sea la que prevalezca en la vida social que él siempre la quiso justa, digna, armoniosa, libre como el paso del tiempo, que ahora le recuerda a Horacio que las madrugadas son inolvidables, que el día nos clarifica el camino de la vida, pero que existen las tardes donde la placidez del fin de la jornada nos invita al recuerdo de hermosos momentos vividos, esa debe ser la más grata recompensa y el mayor tributo a los buenos momentos vividos, porque después de todo y a pesar de todo la vida sigue siendo buena, como lo decía su renombrado padre Horacio Hidrovo Velásquez, las incomprensiones y bajezas humanas jamás alteraron su estado de ánimo, invariablemente calmado y alegre.

Si algo enaltece a Horacio es el alto valor que da a la amistad, su "gallada" es selecta y al mismo tiempo numerosa, pero su apego a la música para animar sus jornadas literarias y aquellas de esparcimiento y recreación, siempre tuvo en primera fila en todos sus actos a los que compartían su forma de ser, menciono unos pocos, el "flaco" Alberto Cedeño es para Horacio dueño de una voz privilegiada, "Pepito" Mendoza le hace sentir que la guitarra canta melodías indescriptibles, los hermanos Mera con Elizabeth como vocalista no podían faltar en su convocatoria a los artistas de selección, Víctor Manuel Cedeño y Hernando Mendoza han sido y siguen siendo sus compañeros de farra, cuanto los estima Horacio y cuanto lo quieren a él, sin ellos para Horacio la fiesta era incompleta.

Hombre de varias casas, la que habita con su respetabilísima familia, la Casa de "Horacio" que él ha querido forme parte del activo de la cultura manabita, la Casa de la Cultura de la que ha sido uno de sus antiguos miembros predilectos, su casa de descanso de Sasay, el Colegio Olmedo al que él no olvida y al que tampoco lo olvidan, esa casa que él contribuyó a construir con su trabajo fecundo, que es la casona universitaria, esa casa de estudios alfaristas, su Universidad Laica "Eloy Alfaro" de Manabí, a cuyo nombre y representación asistí a la entrega de su premio Eugenio Espejo, que le llega en el momento en el que ha alcanzado la mayor madurez y experiencia literaria, con la serenidad de sus neuronas, con la luminosidad de su privilegiado talento, que le ha permitido con la contribución de su equipo de promotores culturales edificar la más espectacular obra cultural en Manabí y el Ecuador, con mis excusas a quienes no comparten mi afirmación, los hechos lo demuestran, el Festival Internacional de Teatro que se celebra anualmente en Manta y que se ha extendido a otras ciudades del país, el Festival Internacional de Danza, el Festival local e internacional de Cuentos, el Festival de Coros, sus Talleres literarios, de pintura, de ajedrez, su deseo de que la música tenga un espacio en la formación técnica de nuevas voces, sus afanes vehementes por que el cine no sea un privilegio de Hollywood, lo llevaron incluso a vestirse de actor cinematográfico, su pasión por los Encuentros Internacionales de Poetas e Historiadores, le han permitido a Manabí tener como huéspedes a personajes impensables, a lo más selecto de la cultura latinoamericana, cito unos pocos nombres, Enrique Anderson Imbert, Fernando Alegría, Eduardo Galeano, Claude Coufon, Lorenzo Fuentes, entre los extranjeros, a todo lo destacado de la cultura nacional, se puede pedirle algo más a un promotor y activista cultural, sólo nos toca reconocer en Horacio Hidrovo Peñaherrera, un manabita excepcional, un hombre de cultura difícil de ser imitado y mucho menos igualado, por eso ese millón trescientos mil manabitas a los que quiso dedicar tan merecido premio, lo aplauden, lo felicitan, se sienten emocionados y participes de tan especial reconocimiento, sus amigos y amigas que son incontables, lo celebramos y exclamamos "Salud Horacio", tenemos el alma embriagada de satisfacción, solamente sabemos que el premio lo mereces, que este es uno de esos escasos actos de justicia que nos regala la vida, que siempre la quisiste fraterna a despecho de los traficantes de la extinción humana, con tus amigos sólo aceptaste librar una guerra, la que lucha contra toda posibilidad de conflictos armados o bélicos.